Cuando él le comunicó la fatídica noticia, el clima familiar nunca fue el mismo.
-Ciencias de la Comunicación, ma.
-Hijo ¿alguna vez te traté mal o hice algo que te avergonzara, acaso fui una mala madre, te lastimé o dañé? Dímelo, es lo único que te pido por el honor de este hogar que tanto esfuerzo nos ha costado a tu papá y a mí formar, dímelo y acataré tu decisión.
-No entiendo por qué haces todo esto, vieja, tú bien sabes que siempre me han gustado las letras y que sé que tengo talento para esto. Qué más quisieran los papás de mis amigos, que ellos les digan que quieren estudiar algo y hacerlo bien. ¿Eso no te enorgullece, chinita?
-Sí, te hice daño, no me di cuenta que te estaba criando mal, cómo es posible que sabiendo qué tan mala es la situación del periodista quieras cometer el mismo error que tu papá y yo, no haz podido aprender de experiencias ajenas que también haz sufrido, son tuyas y te aseguro que en lo que menos piensas todo esto te dolerá.
-Déjame equivocarme, entonces, y dame la misma oportunidad que tuviste tú...
Y aunque se esforzó en querer convencerla, ella siempre vio en él a todo tipo de profesional menos al que mi hermano aspiraba ser. Aunque logró su objetivo de optar por su opción predilecta, debo confesar que yo también pude ser testigo del desenvolvimiento que tenía de todas las materias habidas y por conocer. Una vez, cuando fui a la universidad a verlo participar en el concurso anual de oratoria descubrí que su dominio de la Medicina Humana había crecido por montones. Tres de sus profesores comentaban, en tono muy bajo, que mi madre -la mujer más sana que conozco- padecía de arteriosclerosis múltiple; mientras que cuando tuve la potestad de acercarme a otro rincón del auditorio pude discernir que sus conocimientos del Derecho se habían fortalecido. Mi hermano había amenazado con denunciar a dos de sus tutores por no querer tomarle exámenes en fechas extemporáneas. No contento con el almacenamiento diestro del conocimiento básico de dichas disciplinas, él había desarrollado un sentido histriónico francamente admirable. Su mejor amiga creía que vivíamos en las Casuarinas, que teníamos piscina y que nosotros íbamos a Paris en los veranos, lo cual me resultaba poco real pues de Francia solo sabía por libros y maestros y además, penosamente, acudíamos a una piscina un par de veces al año. Debo confesar, también, que a partir de dicha experiencia le presté mayor interés a las humanidades, especialmente a aquella rama nacida de un oficio que me permitiría la potestad de decir lo que me viniera en gana sin darle posibilidad al resto de personas de poder refutar algo de lo que mi boca haya pronunciado alguna vez.